Entre los años setenta y los ochenta los organismos estatales promotores de la industria desaparecen de Europa. Se privatiza al 100% el capital social de las grandes industrias, que en su mayoría son adquiridas por empresas multinacionales cuya integración no es nacional sino transnacional. Con ello se inicia la deslocalización de las empresas auxiliares o incluso las compras estratégicas con vocación de desmantelar la industria nacional para eliminar concurrentes.
Otra parte de la industria, o porcentajes de control de la misma, es adquirida por las entidades financieras privadas, que se encuentran en una situación de liquidez extraordinaria. Una liquidez -no debemos olvidarlo- conseguida desarrollando su faceta de actividad auxiliar de la industria. Entidades financieras que, además, absorben a las entidades financieras públicas (Argentaria, Banco Industrial…) y, con ello, las participaciones que muchas de éstas tenían en las empresas industriales. La banca privada acaba teniendo una cartera de activos industriales que no entiende, pero sobre la que gobierna y moldea.
Describamos el proceso de una manera más gráfica: quien empezó como mancebo termina siendo el dueño de la botica y esto no puede ser criticable ya que es uno de los principios en los que se basa la economía de libre mercado, soportada sobre la iniciativa privada. Ahora bien, esto no implica que, a la larga, el resultado haya sido positivo, ya que muchas de estas entidades se han desecho de estas participaciones, eso sí con pingues beneficios, provocando la llamada concentración de sectores, en detrimento de una iniciativa privada nacional incapaz de poder competir con la multinacionales integradas internacionalmente.
En resumen, la situación se invierte y el motor de la economía ya no son las industrias, sino el sector servicios (banca, aseguradoras, construcción…). A partir de aquí varía el concepto inicial: ahora un país es rico y desarrollado cuanto mayor es su PIB en ese sector (actualmente en España cerca del 70% del PIB), deslocalizándose las industrias a países en desarrollo, fundamentalmente India, China, y del sureste asiático.
En resumen, la situación se invierte y el motor de la economía ya no son las industrias, sino el sector servicios (banca, aseguradoras, construcción…). A partir de aquí varía el concepto inicial: ahora un país es rico y desarrollado cuanto mayor es su PIB en ese sector (actualmente en España cerca del 70% del PIB), deslocalizándose las industrias a países en desarrollo, fundamentalmente India, China, y del sureste asiático.
Esto supone el fin de la integración vertical económica nacional, de la soberanía financiera nacional y, por último, de las empresas domésticas de capital nacional. Empresas auxiliares de la industria, generadoras de clases medias y empleo recurrente.
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